No exageramos si os contamos que este humilde cronista y su jefe, amigo y compañero Miguel Ángel Tejeda nos pasamos cerca de 25 minutos intentando entender el dibujo que Francisco había dispuesto para el Rayo Vallecano sobre el terreno de juego del Metropolitano: desde la defensa de 5 al falso 9 pasando por el 4-3-3. La ausencia de Trejo y el retorno de Álvaro García nos descolocaban así como la presencia de los tres zurdos por esa banda. Era raro y pocos lo veían. Salvo el que lo decidió y que apenas unas horas antes aseguraba en rueda de prensa que solo se iba a puntuar contra el Atlético si el equipo creía en sí mismo.

Pero el planteamiento lejos de ser algo artificial o incomprensible funcionó a las mil maravillas durante los primeros minutos del partido. El Rayo mordía, estaba intenso, impedía al Atlético de Madrid encontrar por dentro a Barrios y a Saúl. Era, en definitiva, el equipo serio con el que nos maravillamos en las primeras jornadas y que volvimos a disfrutar en la primera media hora de encuentro.

Al filo del ecuador de la primera mitad llegaron las primeras ocasiones. Primero Depay para los colchoneros. Luego Isi para los franjirrojos. Los dos mandaron demasiado alto sus respectivos primeros remates. Los dos conjuntos empezaban a afinar la puntería. Y lo iban a demostrar en el último cuarto de hora de la primera mitad.

El Atlético de Madrid iba a conseguir dos tantos aunque solo uno subió al marcador. Y ni siquiera debió hacerlo. Porque si en la primera acción la sala VOR anuló correctamente el primer tanto de Correa por posición de fuera de juego (Lejeune había sacado la pelota de dentro de la portería) en la segunda se inhibió completamente de un agarrón a Lejeune. El árbitro, Soto Grado, había concedido el tanto y sólo se revisó la posición de fuera de juego.

El cabreo rayista duró apenas 5 minutos. Los que tardó Isi en aparecer por dentro y filtrar un maravilloso pase al espacio a Pep Chavarría que levantó la cabeza y vió en la frontal solo a Álvaro García. El de Utrera controló de lujo y le pegó con el alma poniendo fin a demasiados partidos de sequía. El grito de rabia de todo el rayismo retumbó en el Metropolitano.

El Rayo Vallecano se había repuesto a un gol como un equipo grande, yendo a morder a su rival, sin dejarle disfrutar de su ventaja, llenándole de dudas en su camino al vestuario. La mejor prueba de ello fue que Simeone empezó a mover el banquillo nada más arrancar el segundo acto. La unidad B dejaba paso a los titularísimos que se quedaban sin descanso: De Paul, Lino, Koke, Griezzman...

Pero los franjirrojos (hoy franjinegros 'mostaciles') parecían cómodos sobre el terreno de juego. Como si persistiera la sensación de que sobre ese mismo escenario hacía apenas tres semanas ya habían conseguido sumar una victoria importantísima en su lucha por la permanencia.

Los de Francisco dieron dos pasitos atrás y amenazaban con peligrosísimas transiciones en los robos. Camello y Álvaro García afilaban el cuchillo en cada pérdida y obligaban al Atlético a tener la máxima precisión en cada pase bajo pena de máximo castigo. A punto estuvo de lograrlo Álvaro en una recuperación en la que salió como un Rayo enfilando a Oblak pero su vaselina de cuchara se quedó algo corta. Respiraba la parroquia local.

La taquicardía empezó a saltar de un barrio a otro superado el 75 de partido. Los de Carabanchel (ahora en Canillejas) sufrían con cada internada de Pep Chavarría por banda. Ni Trejo ni De Frutos pudieron firmar la remontada mientras el rayismo veía como la pelota se paseaba por la línea del área pequeña atlética. Los de Vallecas se dejaban los ojos escudriñando si Depay estaba más adelantado que Lejeune cuando Barrios le dejó solo delante de Dimitrievski para lograr el 2-1. Por milímetros, otro gol que no subía al marcador.

Si subió otro que a juicio de todo el cuerpo técnico y de los futbolistas franjirrojos no debió hacerlo. Porque Griezzman parece que le pone el brazo a Chavarría en el salto. Una posible falta que no tapa la falta de contundencia en defensa mostrada por Lejeune y Aridane y las manos blandas de Dimitrievski al borde del minuto 90. El gran trabajo de todo el partido, se iba a la basura.