Todos sabéis por qué este humilde ‘juntapalabras’ empieza esta historia en un día, un mes y un año en el que seguramente ninguno (o casi ninguno) de vosotros habíais nacido, ni intención de que lo hicieseis.
29 de Mayo de 1924 es el día, el mes y el año, podía haber sido cualquier otro, pero los libros de la historia del barrio de Vallecas y del fútbol español nos cuentan que fue ese, y no otro, el día que el Rayo empezó a latir. Aquel día, y no otro, un grupo de chavales decidieron juntarse para jugar a aquello que todos conocían por fútbol y aquel día, y no otro, sin saberlo, empezaban algo que es imposible de explicar con unas cuantas palabras, por mucho que las juntemos.
Prudencia Priego fue la ‘madre’, el alma mater de una semilla que iría germinando en el barro de Vallecas (porque por aquí siempre hubo mucho barro). La familia Huerta, con Juan y Modesto a sus 15 y 13 años respectivamente, serían esos ilustres vallecanos a los que les debemos nuestras vidas en franjirrojo.
Ellos no lo sabían, no podían saberlo, pero lo que estaban haciendo aquel día iba a marcar la vida de miles de vallecanos a lo largo de un siglo. No vengo aquí a hablar de fútbol, de ascensos o descensos, de jugadores míticos con nombres y apellidos, de la época antigua, de otra más cercana o de la actual. Vengo, como otras tantas veces, a hablar de sentimientos, de corazón, de alma, de cariño, de amor, de nostalgia, de vida… de nuestro querido Vallecas y de nuestro amado Rayo Vallecano.
Vallecas seguiría existiendo sin su Rayo, pero no sería lo mismo. Me atrevería a decir que los vallecanos no seríamos los mismos sin nuestro Rayo. El Rayo, aunque parezca un tópico, es mucho más que un equipo de fútbol. Es un símbolo, es un emblema, es un trocito de corazón de cada uno de nosotros. El Rayo es mucho más que un club de fútbol, es el estandarte de un barrio y de sus valores (o eso me gustaría que volviera a ser, fiel reflejo de la sociedad de Vallecas, con sus ideas, su lucha, su solidaridad, su entrega por el de al lado, su honestidad y su orgullo).
Hay pocos sitios en los que el ‘extranjero’ (sea de Nigeria o de Guadalajara) se sienta como en casa desde el primer día. Vallecas es así, inclusivo, tolerante, amable, con miles de defectos (seguro), pero con muchas virtudes, sin duda. Y el Rayo debería volver a aglutinar esa simbiosis que uno percibe en sus calles, en cada rincón, en cada casa baja, en cada bloque de veinte alturas, en cada callejuela, en sus avenidas más amplias y modernas y en cada arteria desgastada por el paso de los años.
El Rayo cumple cien años. Por su vida han pasado muchas personas que han dejado su impronta y su trabajo por conseguir que este pedazo de historia de nuestro fútbol y de nuestro país siguiera existiendo. Por sus gradas (cuando las hubo, pero también cuando no existían) han pasado muchas vidas y hoy en día todos nosotros tenemos la enorme responsabilidad de honrar a aquellos que lucharon por dejarnos este legado llamado Rayo Vallecano. Hoy todos cumplimos 100 años con el Rayo, nuestro Rayo, el de todos los vallecanos (los de aquí y los de fuera, porque el Rayo ya hace tiempo que traspasó las barreras de sus límites geográficos). ¡¡Larga vida a la Agrupación deportiva Rayo Vallecano!!