Opinión. Caminando anoche en dirección al Puente de Vallecas, sin darme cuenta sentí que algo había cambiado en el barrio. Miré a mi alrededor y vi los maravillosos Campos Eliseos y su majestuoso Arco del triunfo al fondo. Iba pensando que el Rayo, el equipo del barrio de Vallecas, me hace inmensamente feliz, pero no sólo por ganar, sino por existir.

Al pasar por debajo del Puente de Vallecas y la M-30 descubrí con asombro que en realidad estaba disfrutando de un paseo por Berlín y que el puente no era el puente, sino la grandiosa Puerta de Brandenburgo. En apenas unos minutos, Vallecas invadía Alemania y este humilde soñador cerraba los ojos y respiraba profundo para no perder ni un solo segundo de algo irrepetible.

Decidí entonces que aquel era el mejor momento para dar un paseo por las calles de ese barrio que dormía tranquilo después de un nuevo subidón, después de otro momento que, por repetido en los últimos tiempos, no deja de ser histórico. Caminando por Entrevías, el Pozo y subiendo por el parque lineal de Palomeras no pude dejar de sorprenderme al descubrir el imperial Coliseo Romano. La noche mostraba todo su esplendor y la luna y las estrellas me llevaban de vuelta a la Avenida de la Albufera.

En mi vuelta a casa, cruzando mis pasos con los más rezagados portadores de bufandas y camisetas con la franja roja pude descubrir esas caras de felicidad y orgullo que sólo la humildad, el trabajo y el sentimiento de pertenencia son capaces de ofrecer.

Vallecas, mi barrio, mi casa, dormían ya tranquilos. El Rayo seguía haciéndonos felices y yo, como miles de rayistas (del barrio y de fuera del barrio) sigo soñando con pasear por los Campos Eliseos, la puerta de Brandenburgo o el Coliseo Romano pero, entre tanto, sigo disfrutando de la Albufera, Entrevías, el parque lineal y mi Estadio de Vallecas. Gracias por hacerme feliz, gracias, gracias por existir y larga vida al Rayo y a sus gentes.