El Oporto - Rayo Vallecano tuvo todos los condicionantes para parecerse mucho más a un partido oficial, y además con mucho en juego, que a un amistoso de pretemporada entre dos equipos en pleno período de preparación. Desde lo que se preparó en los aledaños del Estadio do Dragao hasta que los jugadores abandonaron el césped de la casa de los dragones el espectáculo estuvo servido.

Todo empezó con fiesta. En los alrededores del estadio la afición local pudo disfrutar de un ambiente con música, atracciones y un caluroso recibimiento a ambos equipos en una bonita previa en la que, pese a predominar el blanco y el azul del conjunto local, también pudimos descubrir el blanco y rojo de los aficionados del Rayo desplazados hasta Oporto.

La fiesta continuó dentro del estadio, primero con el bonito homenaje a Radamel Falcao, recibido con muchísimo cariño por la hinchada local, y después con otro al jugador local, Pepe. Todo era alegría, sonisas, gestos cariñosos y nada hacía presagiar el giro que darían los acontecimiento una vez diese comienzo el partido.

Desde el primer instante del Oporto - Rayo Vallecano la intensidad de ambos conjuntos transformó la fiesta en una tensión contenida que poco a poco se iría desbordando. La actuación arbitral, casera, por si había alguna duda, contribuyó muchísimo también. El partido poco a poco se fue enrareciendo con las faltas, los golpes, las tarjetas para los vallecanos y la ausencia de las mismas para los portugueses. Los jugadores y el banquillo del Rayo intensificaron las protestas, pudimos vivir una tangana en el área del Rayo, Martín recibió un golpe que requirió puntos de sutura... mientras el árbitro miraba para otro lado. El gol del Oporto en la última acción de los seis minutos de añadido terminó por rematar un partido que se vivió con tanta intensidad y carga emocional que de amistoso no tuvo nada más que el título.