El Rayo Vallecano B dijo adiós, tras empatar con el Real Madrid C (1-1), a su aventura en la Segunda División B. El empate deja matemáticamente en Tercera División al filial franjirrojo.
Se acabó la esperanza, se esfumaron los sueños, los milagros… El Rayo Vallecano B regresa, tres años después, al sitio del que salió para disfrute de sus jugadores, para crecimiento profesional y personal y para el orgullo de una afición que siempre ha sido fiel a unos colores, a un escudo y a una manera de entender el fútbol. Porque eso, en definitiva, es lo que tiene que perdurar del paso del filial del Rayo Vallecano por la Segunda División B. En Vallecas no ha valido cualquier cosa, desde el primer minuto con el ascenso de los de Sandoval, hasta el último, con el descenso de los de Jimeno. Entre uno y otro momento, fútbol de muchos quilates, alegrías superando los momentos más difíciles de la historia del club y, por encima de todo, la palabra más repetida por los que ayer estuvieron en Valdebebas, orgullo, orgullo y orgullo.
La crónica de una muerte anunciada no debe quedarse en un penalti fallado por Jorge Sáez, dolía infinitamente ver las lágrimas de un jugador que ha sido estandarte de toda una generación de futbolistas en la cantera del club vallecano, ni en el tiro al poste de Cuerva, ni en las ocasiones falladas ante el portero del tercer equipo del Madrid, ni tan siquiera debería quedarse en un 1-1 final lastrado por un penalti no señalado. El descenso a la Tercera División del Rayo B tiene mucho más recorrido, muchos meses sin ganar, demasiadas expulsiones, jóvenes jugadores con un potencial enorme, con una calidad innegable y con un desparpajo fuera de toda duda, pero sin la experiencia ni la capacidad competitiva de los grandes ‘fajadores’ de la Segunda B.
El mérito del Rayo B tiene muchos nombres, desde el primero hasta el último de los jugadores que lograron el ascenso, hasta el primero y el último en defender una causa a base de buen trato al balón. Esa era la exigencia del club y ese ha sido su ‘modus operandi’ hasta el último segundo. El filial quiso morir jugando al fútbol y así lo hizo. Fue mejor que el Real Madrid C pero, una vez más, se quedó a las puertas del éxito y con el fracaso instalado en la médula de un equipo en el que los «veteranos» ven como se cierra una etapa que, para ellos, nunca ha de volver. El adiós del Rayo B a la Segunda B se resume en las lágrimas de Jorge Sáez, en el consuelo de su compañero y amigo Ismael y en el apoyo de unos aficionados que estuvieron con los suyos hasta el final.
El Rayo B dice adiós a una parte de su historia y abre una nueva página que, más pronto que tarde, les devolverá al lugar del que, por calidad, por fútbol, por apuesta y por compromiso, nunca debiera haber abandonado.
