Opinión. En el fútbol, en el deporte y en la vida, hay muchas maneras de perder. Se puede perder tirando la toalla desde el primer instante o se puede perder luchando hasta el final por demostrar que incluso una derrota te puede hacer más fuerte. Así entendí lo sucedido ayer en el Benito Villamarín, ese estadio en el que una noche rozamos con la yema de los dedos el pase a una histórica final de copa.
Lo de ayer fue un espectáculo a pesar del resultado. Da gusto ver a este Rayo, tan alejado del de Anoeta, Cádiz o Elche, tan parecido al que derrotó a Real Madrid o Barcelona. Porque hay cosas que en Vallecas son innegociables y una de ellas es la lucha y la entrega.
El despliegue físico desde el primer al último minuto de los jugadores del Rayo sirvió para que el orgullo de este barrio recuperase todo su esplendor. La pelea de los jugadores del Rayo mereció un premio mayor, porque además vino acompañada de fútbol, del fútbol que sale de las botas de jugadores como Trejo, Alvaro, Isi, Camello, RDT y compañía.
El fútbol le fue esquivo a los de Iraola porque el Betis estuvo mucho más contundente, pero no porque el Betis fuese mejor que el Rayo. Hay una gran diferencia, un matiz muy importante, y es ahí donde este Rayo debe apoyar su sueño de seguir haciendo algo grande.
En Vallecas nadie exige nada, en Vallecas se agradece todo. Jugando así los cuatro partidos que restan quizá no dé para que el sueño se convierta en realidad, pero al menos quedará la satisfacción de haber cumplido con el primer mandamiento del rayista: dejarse la vida por ese escudo y por esa gente.