Opinión. Uno puede tener el estadio de fútbol más grande del mundo o el más bonito. Uno puede hacer una monumental reforma y ponerle un techo retráctil para que los aficionados y los futbolistas no se mojen y puedes tener las zonas de tribuna con calefacción y puedes poner un césped que nunca se estropee y unos ascensores que te lleven hasta la octava planta donde se pueda ver cualquier cosa menos un partido de fútbol.
Puedes tener los asientos limpios y empleados a diestro y siniestro para hacer la estancia del público lo más 'placentera' posible. Puedes tener una megafonía que se escuche en cualquier parte del estadio y unas pantallas gigantes para ver mejor los anuncios o un marcador en el que cualquiera pueda saber cómo marcha el partido y en qué minuto estamos.
Uno puede tener el mejor escenario posible, que no tendrá nada sin alma. La importancia del alma en un estadio de fútbol quedó patente ayer durante la disputa del Real Madrid - Rayo Vallecano y lo hizo porque hubo un grupo de alrededor de 500 gladiadores que elevaron aquel lugar a la categoría de gran estadio de fútbol. El resto fue silencio. Da igual que el conjunto local se jugase poco o nada, da igual que el rival del conjunto local no tenga la entidad de los grandes clubes de Europa. Da igual. El Bernabéu ayer fue un estadio sin alma.
No puedo opinar sobre esas grandes noches europeas que nos han contado a los que no frecuentamos el lugar, no sé nada de ese ambiente mágico y único que dicen que se respira en ese estadio. Sólo sé que en un campo viejo, pequeño, feo, descuidado y humilde hay más alma que en los 80.000 asientos (ayer bastantes menos por las obras y porque el partido no les debía importar) de uno de los grandes estadios del mundo. El techo retráctil, los ascensores, la calefacción y las comodidades no son nada sin alma. Me quedo con mi viejo Estadio de Vallecas (aunque no vendría mal mejorar muchas cosas, esa queja me la guardo para otro día).