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RAYO VALLECANO.

El ajo de Míchel

"El ajo nos puede ayudar a encontrar la buena suerte, cuando todo parece darnos la espalda, y en según qué momentos, situaciones o coyunturas, nos hará felices"

Escrito por Domingo, 05 Marzo 2017

    "En Vallecas, la superstición también tiene su parte de protagonismo". Ayer vivimos un momento inigualable... el ajo de Míchel.

     

    En Vallecas estamos para pocas gaitas. Si refresca, el que más y el que menos se coge una gripe de aúpa; si llueve, nos calamos hasta los huesos, y si vienen mal dadas, resulta que el Rayo tiene pinta de descender a Segunda División B, sí, otra vez al pozo de la Segunda B. Seguramente pocos lo creerán posible si lo piensan con frialdad, pero ojo, porque la cosa pinta en bastos y por aquí ya sabemos que si algo se tuerce, lo mismo hasta resulta que ya no se endereza.

    Hoy quiero hablar del ajo, un bulbo que podemos encontrar en cualquier parte del mundo y que, además de servir para hacer guisos, se utiliza para muchas otras finalidades, que son las que a mí más me interesan hoy. Resulta que el ajo ahuyenta a los vampiros, pero además protege de enfermedades, evita que nos ataquen espíritus indeseables y nos cuida del mal de ojo, no vaya a ser que no levantemos cabeza. El ajo nos puede ayudar a encontrar la buena suerte, cuando todo parece darnos la espalda, y en según qué momentos, situaciones o coyunturas, nos hará felices.

    En Vallecas, la superstición también tiene su parte de protagonismo. La única duda que me queda es si esa misma superstición la tuvieron de cara Sandoval y Baraja, espero que no, porque si no... Bueno, vayamos al grano, o mejor, al ajo. Resulta que ayer, como todos sabréis a estas alturas, se estrenaba en el banquillo un vallecano ilustre, un ex jugador que hizo feliz a Vallecas no hace tantos años, un hombre de la casa, un tipo identificado con la causa, con la camiseta, con el escudo, con la grada y con el barrio. Su llegada al banquillo fue tranquila, repartió saludos, esgrimió una tímida sonrisa y saludó a los que desde la grada le llamaban, le alentaban, le deseaban suerte y le pedían que solucionase un problema que parece no tener fin.

    Entre todos los presentes en la grada cercana al banquillo hubo quien tomó el mando de las operaciones y, tras llamar en reiteradas ocasiones al nuevo técnico franjirrojo, le lanzó lo que seguramente consideraba la solución a todos sus problemas. Una cabeza de ajo, así, tal cual. No creo que el susodicho quisiera evitar la llegada de un vampiro (más de uno hubiera pensado en lanzarlo a otra zona del estadio, seguro), sino sumar para la causa y buscar en la suerte del ajo, lo que el Rayo por sí mismo no está siendo capaz de encontrar. Míchel miró sorprendido el objeto que caía junto a sus pies, volvió a sacar a pasear su sonrisa y se metió de lleno en el papel de primer entrenador del Rayo. Un gol anulado, un remate a la madera, varias buenas paradas del portero visitante, remates que se marcharon por escasos centímetros... pareciera que el ajo no terminó de encontrar acomodo en la zona de banquillos del Rayo. O quizá habría que extender su acción a las cuatro esquinas de un terreno de juego que en otra época parecía un patatal y que, hoy, lo que necesita es una auténtica plantación de ajos que expulsen el mal fario y que traigan consigo la felicidad. Míchel ya tiene su ajo, el Rayo todavía espera que el suyo empiece a dar los frutos deseados.

     

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