Opinión. Mi hijo está a punto de cumplir su segundo cumpleaños y hasta ahora nunca había visto a su equipo jugar en primera división. Y digo su equipo porque, desde el primer día que nació, su padre tuvo claro que había llegado al mundo no sólo un vallecano más sino también un rayista.

Por cosas del destino (y circunstancias que todo el Rayismo sigue sin entender) se encontró con el Rayo en segunda división. Para él, toda su vida como rayista ha trascurrido en la categoría de plata del fútbol español. Hasta el domingo.
 
 El domingo por fin mi pequeño pudo ver a su Rayo en primera división. Creo que la espera se le ha hecho eterna a juzgar por la cara de alegría y de sorpresa que tenía cuando entró al estadio de Vallecas por primera vez esta temporada. Y sobre todo por ese brillo en los ojos que tenía con el regreso del Matagigantes a primera.

Probablemente estés pensando que estoy loco y que el niño ni sabe lo que es la primera o la segunda división ni por qué el Rayo es el matagigantes. Supongo que la ilusión en mis ojos como padre al ver su primer partido como aficionado de primera me ha hecho imaginar todas estas cosas.

Y quizás no sean las únicas. Porque en Vallecas no dejé de ver en los ojos de la gente esa ilusión que parecía perdida. Estos dos últimos años se han convertido en una eternidad para un barrio que nunca entendió el castigo de tener que jugar en una categoría distinta a la suya.

En los bares se respiraba alegría. En las calles todo eran risas y reencuentros de los rayistas que el domingo cortaban sus vacaciones para ver a su Rayo Vallecano. Algunos, los más afortunados, contaban anécdotas de la playa. Otros, los más humildes, lucían bronceado "piscinero". Pero todos tenían la ilusión en los ojos que da ser aficionado de uno de los 20 equipos de la élite del fútbol español.

Esa ilusión es la que corre por las venas del rayista que está seguro de que este año se va a lograr la permanencia. Esa ilusión se traducía en decibelios en las calles del barrio que se abarrotaron en las horas previas y se trasladaron al estadio con el pitido inicial.

Me pareció ver la ilusión en los ojos del entrenador que nos ha traído hasta aquí. Ilusión por debutar como entrenador de primera en el estadio en el que ha jugado toda su vida. Aunque a Míchel no le salieran las cosas como él esperaba.

O tal vez la ilusión en el banquillo estuviera en los ojos de Miguel Morro o de Sergio Moreno que iban convocados por primera vez en su trayectoria con el primer equipo a un partido de liga.

Poco importó el resultado a eso de las diez de la noche; ni el estado del estadio (que no era tan idóneo como nos habían contado); ni que la plantilla parezca a medio hacer (siendo bastante generosos). El domingo todos nos fuimos a dormir con la ilusión en los ojos de haber vuelto a primera. Y algunos, como mi hijo, probablemente no olviden ese día.