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Buscando no sucumbir ante lo previsible

Escrito por Viernes, 28 Marzo 2014

    El Rayo Vallecano jugará mañana en el Santiago Bernabéu un partido previsible en lo teórico. Los vallecanos intentarán plantar cara a un Real Madrid que llega necesitado de victorias y con ansias de recuperar la imagen perdida.


    Llega uno de los partidos más previsibles de la temporada. El clásico de la ilusión, emoción, esperanza... realidad, decepción y orgullo. ¿Habrá llegado el momento de romper los pronósticos, las lógicas y las valoraciones? Comparar al Rayo Vallecano con el Real Madrid es un ejercicio tan inútil que ni se plantea. A ningún nivel. Vender opciones, posibilidades, hablar de tendencias, de estadísticas, de trayectorias y últimos resultados, aunque necesario, parece un insulto a la inteligencia. ¿Qué nos queda? Lo de siempre, y de lo que en Vallecas van sobrados, de orgullo.

    Llegar al Camp Nou a pecho descubierto y que en la primera jugada te caiga el primero, parece hasta cierto punto lógico. Que al final sean seis, pura anécdota. Ni serás el primero ni el último al que le pase (de hecho ya ha ocurrido este año unas cuantas veces). Llegar al Bernabéu y salir derrotado entra dentro de la lógica más aplastante que haya. Que un humilde Rayo Vallecano, que con su presupuesto sería incapaz de pagar las necesidades más básicas del Real Madrid, intente plantar cara al todopoderoso en su casa, suena a utopía. Ilusión, emoción y esperanza.

    La realidad llega con el paso del tiempo. Que Cristiano Ronaldo esté enfadado por la derrota en Sevilla solo puede llevarnos a un escenario... y casi mejor no pensarlo. Que el Rayo va a salir a jugar de tú a tú al Real Madrid es, de partida, una apuesta bonita, de alabar, de aplaudir y, de cara al espectador, una alegría. Jémez y sus cosas. Que Ancelotti sea elevado a la categoría de mago por manejar el vestuario y de 'petardo' por no conseguir ganar a Barcelona o Sevilla parece parte del juego, un juego que, hasta en eso, es ajeno a un Rayo Vallecano que, ni en las que se ha visto, ha puesto en entredicho a su entrenador. Más diferencias.

    En lo meramente deportivo, el Real Madrid llega al derbi con el Rayo sumido en una crisis de esas que se ahondan con los resultados de sus rivales. Caer ante el Barcelona, y volver a tropezar unos días más tarde en Sevilla, han dejado a los blancos a merced de sus dos contrincantes en la lucha por el título. Los del 'partido a partido' han aprovechado la ocasión y han hecho bueno el leitmotiv de su actuación dramática. Ganando partido a partido, el Atlético será campeón de liga, no hay más. De nada servirá que el Madrid se empeñe en recortar y el Barsa en esperar un tropiezo, o viceversa. Así están las cosas a día de hoy. El mencionado enfado de Cristiano, y por extensión de toda la plantilla blanca, hace suponer un arranque de partido tenso, eléctrico, veloz e intencionadamente alborotado. Ronaldo, Bale, Benzemá, Modric..., en fin, para qué seguir.

    El Rayo se apoya en una defensa más segura, contundente e inteligente

    Enfrente, el Rayo Vallecano pondrá en el asador toda su buena intención y llegará al Bernabéu precedido por una fama que, cuando casi voltea a los blancos en la primera vuelta, no tenía ni de lejos. En la visita de los madridistas a Vallecas las dudas eran el hilo conductor del juego vallecano. Las licencias defensivas estaban a la orden del día y las alegrías ofensivas eran duramente castigadas por una endeblez defensiva tan sonrojante como desesperante por momentos. Ahora las circunstancias son bien diferentes. La defensa es más segura, más contundente y más inteligente. El centro del campo, con Saúl, más sólido y más consistente y la delantera, con Larrivey y Bueno, más efectiva y presionante. El resto de cosas se siguen haciendo igual de bien, mejorando en casos puntuales, como la irrupción del discreto Rat, un seguro de vida en el lateral zurdo, o la explosión de Falque o Rochina, aire fresco para la zona de ataque.

    Llegar al Bernabéu tras sumar doce de quince puntos posibles, y tras haber puesto tierra de por medio con los equipos que luchan por evitar el descenso, deja un poso de suficiencia que podría servir para que las palabras de Larrivey ("hay que confiar en que podemos ganar en cualquier sitio") pueden ser una realidad y no un efímero sueño. El Rayo saltará al Coliseum blanco a demostrar a todo el mundo (mediáticamente este es uno de los partidos que más trascendencia tienen para el Rayo durante toda la temporada) que su fútbol no es acorde a su nombre, a su clasificación, a su presupuesto ni a sus jugadores, al menos de manera teórica. Jémez volverá a hablar de ir a disfrutar, de hacer su juego, de intentar que el rival no les atropelle... poco más se puede decir. Lo que ocurra después ya lo contaremos pero, de momento, la ilusión, la emoción y la esperanza quedarán a expensas de lo que nos traiga la realidad para que, finalmente, nos encontremos con la alegría o la tristeza, pero, por encima de todo, con el orgullo.  Tras el paréntesis de mañana, la liga de verdad para el Rayo volverá la semana próxima con el Celta y después el Betis, el Granada o el Getafe.

    Mención especial, una semana más, para la afición. La que se ha volcado con su equipo en las malas y la que está disfrutando ahora que las cosas pintan mejor, la que viajó en masa a Pucela y la que ha agotado las entradas del Bernabéu en un abrir y cerrar de ojos. La que se merece no uno, sino diez mil aplausos, la que vivirá el partido como si fuera el primero o como si fuera el último. Más de lo mismo.

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