Opinión. Sé perfectamente que nunca se fueron, que siempre estuvieron ahí. Vi a algunos de ellos en Eibar y en otros lugares, pero se les echaba de menos en su propia casa, en Vallecas. Hoy volvieron y lo hacen para quedarse y para lograr que uno de sus cánticos, ese que dice que todo el estadio tiene que animar, se convierta en una realidad y no solo en un anhelo imposible. Atrás quedan muchos meses de huelga, demasiado tiempo sin el ambiente propio de Vallecas, con reuniones sin avances, con conversaciones que terminaban en frustración. Atrás quedaron los impedimentos, las prohibiciones y el silencio. Hoy Vallecas volvió a vibrar.

El Rayo no es nada sin su afición, eso no lo voy a descubrir yo a estas alturas, y su afición es menos sin todos los que desde el fondo dirigen los cánticos colectivos, esa es una realidad que hoy, más que nunca, quedó patente. El Estadio de Vallecas recobró de nuevo su colorido, su presión, su ambiente asfixiante. Desde el primer vistazo a la grada ya se pudo atisbar lo que ocurriría minutos más tarde. Como una enfermedad terriblemente contagiosa, la caldera de Vallecas fue creciendo en intensidad hasta convertirse en lo que nunca debió dejar de ser, el alma de un "barrio que nunca se rinde". Esta noche muchos han vuelto a ser felices, en el fondo y en los laterales (arriba y abajo). También los que se visten de corto y juegan a ese maravilloso deporte que por estos lares parecía mustio y apagado semana tras semana. Hoy muchos niños de Vallecas volvieron a dibujar una sonrisa en su rostro al ver ganar a su equipo y al volver a sentir que su corazón no se congelaba, reducido a un agónico "Rayo, Rayo, Rayo". Hubo quien no dejó solo al equipo bajo ninguna circunstancia, hoy están todos juntos por el bien del Rayo y tanto unos como otros seguirán apoyando.

Bienvenidos a vuestra casa. La animación ha vuelto a Vallecas. Que no termine nunca.