Érase una vez un equipo de fútbol que lo tenía todo de cara para seguir militando en la élite del fútbol de su país. Un rival que no se jugaba nada, una afición contraria 'encantada' de ceder una salvación a un rival amigo con el que seguir compartiendo previas, un escenario maravilloso para jugar al fútbol, un resultado que visto el desarrollo del partido no parecía fuese a peligrar... Érase una vez una historia mil veces contada que llevó a una investigación, que dio para ruedas de prensa esperpénticas y que, a día de hoy, sigue en el recuerdo de muchos rayistas como uno de los días más extraños de la historia de este club. Todos ponen 'la mano en el fuego' por cada uno de los que allí estuvieron jugando. Nadie se ha quemado aún.

Los que estuvimos allí tuvimos que frotarnos los ojos muchas veces para entender que lo que estábamos viendo era la realidad y no un mal sueño. Los que viajamos a San Sebastián aquel terrible 8 de mayo de 2016 vivimos un viaje de vuelta para olvidar. Hoy, más de cinco años después, todavía sigo sin explicarme cómo, pero sobre todo, por qué, el Rayo no consiguió lo que se esperaba y absolutamente todos hubieran celebrado en Anoeta.

Hoy el Rayo regresa a aquel maravilloso y maldito lugar, aquel excepcional estadio que hace cinco años era increíble y hoy es más extraordinario todavía. Más de cinco años después de lo vivido en Anoeta han cambiado muchas cosas en nuestro fútbol, han cambiado muchas cosas en nuestras vidas, ha cambiado todo menos algunas cosas (como diría aquel). El Rayo Vallecano sigue siendo el mismo club, o peor, con la misma estructura, o menos, con los mismos problemas, o más. 

El progreso ha llevado a muchos clubes a estar a años luz de un Rayo Vallecano, que cinco años después de aquel día de Anoeta, y tras haber disfrutado de varias temporadas en la élite, no supo aprovechar la inyección económica y social para haber consolidado su estructura.

Hoy, el Rayo regresa a Anoeta. El mismo Rayo, por desgracia.