Opinión. Otra vez volvemos a esto de fijarse en los resultados por encima de otras consideraciones. Otra vez nos quedamos en esos árboles que no nos dejan ver el bosque. Otra vez venimos del subidón de la gran victoria ante el Barcelona para pasar al desastre de la derrota ante el Elche. El líder es muy líder y el colista es muy colista, pero aquí puede pasar cualquier cosa.

Es cierto que nadie se podía esperar que el Rayo de Iraola fuese a recibir su mayor goleada de la temporada en casa de un equipo casi desahuciado. También es cierto que las circunstancias del partido hasta la expulsión de Lejeune eran las lógicas. Pero no es menos cierto que, con diez, el Rayo perdió su sitio, perdió los papeles y, yo diría, que incluso perdió la cabeza. Se dejó por el camino su fortaleza mental, su fiabilidad y su buen nombre. Poco más que añadir.

Dicho todo esto, creo que ni el Rayo de después de ganar al Barcelona era el mejor equipo de la liga, ni el Rayo que perdió ante el Elche es el peor. También creo que Iraola no salió nada satisfecho de lo vivido en el Martínez Valero porque, más allá del resultado y de la derrota, su ambición, tantas veces escondida detrás de la prudencia y la tranquilidad que muestra, le hacía ver que se estaba perdiendo una oportunidad de oro para cambiar de manera absoluta y definitiva su discurso. No pudo ser, pero que nadie dude de que el jueves, volveremos a ver a un Rayo ambicioso ante el Valladolid. No queda otra.