Opinión. La vida no va de ganar o perder. La vida no va de ser más grande o más pequeño. La vida va de llegar hasta el final con lo que uno tiene y sabiendo que se ha dejado todo en el camino. El Rayo será un club pequeño dentro de la inmensidad del fútbol profesional, será un club humilde comparado con la gran mayoría de clubes con los que se codea, pero ayer volvió a demostrar que nada de eso tiene valor cuando uno llega al máximo de sus fuerzas.

Sólo hay que echar un vistazo a los comentarios de los rayistas para entender que el Rayo es diferente y que, pese al dolor provocado por la forma de resolverse la eliminatoria, lo que queda por encima de todo es el orgullo que desprende esta gente. Se puede ser del Madrid, del Barcelona, del Atlético, del Athletic o del Betis, pero ninguno entenderá jamás lo que supone ser del Rayo. Se puede ganar y celebrar a lo grande como lo hicieron los aficionados del Betis ayer, pero ninguno de ellos sentirá jamás el orgullo que sienten los del Rayo en la derrota. Habrá quien me diga que el orgullo de los franjirrojos no les sirvió para llegar a la final. La respuesta es obvia. Siendo cierto y no pudiendo hacer nada por cambiar el rumbo de la historia, sólo queda asumir la derrota con rabia, como hubiera sido en otro caso, o con orgullo, como en esta ocasión.

El aplauso de los cerca de 400 valientes que se batieron el cobre con los 50.000 verdiblancos fue el reflejo del aplauso de todo el fútbol español para un equipo que luchó con honor y con coraje y que, durante un puñado de minutos, nos hizo soñar a todos con una gesta que muchos soñaban y que finalmente no podremos vivir.

Sólo me queda felicitar al Betis por su victoria, pero felicitar muy por encima de todo y de todos a un Rayo espectacular que se dejó todo por hacernos felices. Yo me quedo con eso. Los títulos seguirán haciendo felices a unos cuantos. El orgullo nos lo quedamos nosotros.